12/14/2007

Bali, 2007

Texto del Dr. José Velasco Toro

Bali, Indonesia, es el espacio en el que ahora se reunieron representantes de 170 países miembros de la Organización de Naciones Unidas (ONU), entre ellos México. La finalidad: analizar, dialogar y plantear acuerdos encaminados a instrumentar acciones urgentes que permitan revertir el efecto invernadero que está propiciando el cambio climático; condición generada por nuestra forma de producción soportada en la lógica del consumo que concibe a la naturaleza como objeto, como algo externo de la que sólo se toman los recursos naturales sin control ni medida. Los días que transcurren del 3 al 14 de diciembre de 2007, serán significativos para establecer un nuevo compromiso mundial que sustituya al Protocolo de Kioto (1997) en el 2012. De lograrse acuerdos concretos, éstos podrán ser vinculantes para la consecución de metas obligatorias dirigidas a reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero.

Objetivo fundamental, se plantea, es mantener por debajo de los 2° C el aumento de la temperatura global del planeta. ¿Cómo lograrlo? Mediante la reducción drástica de la emisiones de anhídrido carbónico, metano, dióxido de carbono, óxido nitroso y sulfuro hexafluoruro, entre otros gases, los que al acumularse en la atmósfera contribuyen al efecto invernadero. En Bali se buscará que para el año 2050, las emisiones globales representen la mitad con respecto a los niveles de 1990 y evitar que continúen en ascenso las condiciones que están acelerando el cambio climático. Y en esta tarea todos los países del orbe deben estar inmersos, sobre todo los desarrollados que han causado históricamente la mayor parte del problema.

La tarea que le espera a la humanidad es titánica. No sólo se trata de reconvertir la tecnología sucia en tecnología limpia más eficiente y renovable sin menoscabo del desarrollo y bienestar social; de frenar de golpe la deforestación e iniciar una reforestación intensiva y equilibrada con las condiciones de vida rural; de reorganizar la actividad ganadera para modificar la emanación de metano derivado del excremento de las reses que contribuyen enormemente a la generación de este gas a nivel mundial; de reordenar la vida y actividad urbana fomentando el uso de transporte colectivo, el control de basura y desechos, pero sobre todo, reconvirtiendo nuestras ciudades de cemento en ciudades verdes; de parar la contaminación de los ríos cuyas aguas, al arrastrar los desechos hacia el mar, están afectándose drásticamente la acción moderadora de los océanos que absorben parte considerable del dióxido de carbono, propiedad que ya empezó a ser menguada y se corre el peligro de que se convierta en acelerador físico del calentamiento; de detener la destrucción del Amazonas y de las selvas africanas, pues de no hacerlo se provocará el doble de emisión de dióxido de carbono que actualmente capturan, estimados en 20 veces la cantidad anual de gases de efecto invernadero a nivel mundial. En pocas palabras, no se trata sólo de limitar las emisiones industriales contaminantes como se estableció en el Protocolo de Kyoto de 1997, sino de ir más lejos e instrumentar acciones articuladas y efectivas para evitar el incremento de la temperatura global.

Todos esperamos que en Bali se logre pasar del discurso ecológico de la proclama al discurso ecológico de la demanda. El discurso ecológico de la proclama se queda en el nivel de exposición de metodologías, declaraciones y enunciados verticales que pone énfasis en los mensajes, más no así en los contenidos de la acción. En cambio una ecología de la demanda busca la satisfacción de las necesidades no satisfechas y va más allá de las conveniencias doctrinales para ubicarse en la gestión de iniciativas y soluciones. Una ecología de la demanda implica ver el desarrollo sostenible como dimensión socio-política que conlleva la participación popular, participación de la sociedad civil que naturalmente debe fundamentarse científica y técnicamente.

No se trata sólo de saber, sino de saber hacer y de hacer desde la práctica con el conocimiento y las acciones adecuadas para lograr una sociedad sostenible desde lo local hasta lo global. Nuestra proyección debe trascender el esquema del desarrollo sostenible (que postula no sacrificar lo que resta del capital natural y comprometer a las generaciones futuras, condición irrealizable en la sociedad energívora actual donde la mayoría de los seres humanos no gozan de una vida sostenible), para convertirse en una visión que construya una sociedad sostenible cuya organización social y política permita a todas las personas vivir con dignidad, con cuidado y equilibrio relacional con la naturaleza (de la cual también forma parte) y participación planetaria responsable. Dimensión en la que debe jugar un importante papel la educación para construir un presente, un nuevo presente del que emane un futuro mejor para la humanidad.
Y cuando hablo de futuro no me refiero a un umbral inmediato de diez, veinte o cincuenta años, lapso del presente vivido en el que sí tenemos que actuar con urgencia para frenar la locura antropogénica que amenaza la biodiversidad, incluyendo la humana. Me refiere al futuro de las generaciones venideras que a lo largo del actual, y posteriores siglos, también tendrán que habitar este hogar común que es la Tierra. Los seres humanos de hoy tenemos el compromiso de entregarles una planeta limpio; un hogar en el que pueda respirar, alimentarse y vivir la futura descendencia del linaje humano. Esa es nuestra responsabilidad y esa es la inquietud de Bali que obsequió a los asistentes a la Conferencia Mundial con semillas. Meutia Hatta, indonesia de Asuntos de la Mujer, lo explica: "Es mejor repartir semillas como regalos o plantar un árbol para conmemorar un acontecimiento, porque estas actividades nos sirven para preservar los árboles locales y para absorber CO2 (dióxido de carbono)". Aprendamos la lección, señores gobernantes, empresarios, educadores y ciudadanos.

13 de Diciembre de 2007

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